La frontera de los hielos


   Mi mujer es maestra de plástica. Cierto día trajo del colegio los dibujos de sus alumnos de séptimo grado para evaluarlos. Yo estaba jugando al ajedrez por Internet cuando me puso delante de los ojos un paisaje anodino sembrado de cubos de hielo azul.
-¿Qué nota le pondrías a éste?
-Cero –respondí.
   Y seguí jugando al ajedrez. Odio que me interrumpan en medio de una partida.
-¿Y a éste?
   Cris no se da por vencida. Nunca. Desvié la vista un segundo hacia unos hielos puntudos rodeando a un hombre-mono.
-Cero.
   Estaba en una posición difícil, que exigía máxima concentración. Eso no impidió que un tercer dibujo interfiriese mi visión de la pantalla.
-¿Qué te parece éste?
   Alguien escribió que asistimos al fin de la privacidad. Ese alguien tiene razón.
-Eeeh…
   Esta vez vacilé, pues el dibujo era muy diferente a los anteriores. Parecía un mapa. Tomé la hoja en la mano y lo estudié por un minuto, sorprendido.
-¿Porqué dibujó esto tu alumno?
-La consigna era ilustrar las glaciaciones. Es un trabajo interdisciplinario con la maestra de Ciencias Naturales.
-Ajá… tu alumno no es muy artista, copió un mapa de la Patagonia sur.
-¿Cómo que copió? Yo en mi clase estimulo la creatividad de los chicos, no les permito calcar un mapa.
-Bueno, éste no te hizo caso. ¿Ves? Acá está el lago Buenos Aires entre las montañas de la cordillera, y ya en Chile, la península de Taitao… yo conozco esa zona, y no podría dibujarlo tan bien de memoria. El pibe calcó.
-¿A ver de quién es el dibujo? –Cris dio vuelta la hoja para ver la firma- Ay Dios… tenía que ser él.
-¿Quién?
-Emiliano Mafra. Un alumno problemático.
   Me había olvidado de la partida. Di una ojeada a la pantalla y comprobé lo previsible: me habían dado jaque mate.
-A este sí voy a ponerle un cero, por copiar. Y como castigo, le voy a mandar hacer una redacción de tres hojas sobre las glaciaciones, así aprende a no tomarme el pelo.
    Cris estaba enojada, pero yo miraba el mapa de Emiliano con interés. Había dibujado una muralla, exagerando la escala. Me pareció reconocer esa forma derruida que se levantaba y caía como un serrucho… no, no era posible. ¿O sí? Cerré Internet y abrí el programa Google Earth. Acerqué la imagen satelital al sur del lago Buenos Aires, justo donde Emiliano había dibujado su muralla… y ahí estaba nomás, el mayor dique basáltico del mundo, en las laderas del Monte Zeballos.
-No puede ser… esto no figura en ningún mapa.
    Al sur de la muralla, Emiliano había rayado el terreno y escrito “Hielos”, evidentemente, una interpretación libre del límite alcanzado por los Hielos Continentales durante la última glaciación. Para ser un plano imaginario, era muy minucioso: el dique basáltico se prolongaba como una línea punteada hacia el noroeste, indicando aparentemente una grieta sísmica que pasaba por las “Catedrales de mármol” y dejaba al sur de ella las tierras heladas del Parque Nacional Laguna San Rafael.
-Deberías perdonar a tu alumno, se tomó mucho trabajo con este dibujo.
      Cris se había ido de mi lado y ya no me oía. Ni estaba dispuesta a reconsiderar el castigo por desobediencia. Dura lex, sed lex.

   La semana siguiente me trajo tres hojas de papel manuscritas, poco antes de la cena.
-Tomá, leé.
    A primera vista parecía un galimatías de letras sin sentido: “añsñljsdhfabdsaoi…”
-¿Qué es esto?
-La redacción de Emiliano.
-Pucha, se tomó la pepa con whisky… no pudo articular una frase coherente.
-Fijate en la última página.
   Pasé las dos primeras hojas y eché una mirada indiferente al reverso de la tercera: en el penúltimo renglón, el galimatías incomprensible daba paso a una frase coherente: “oh muralla frontera de los hielos”. Sólo eso, y más letras sin sentido hasta el final.
-Este pibe está muy rayado…
-A sus compañeros les da miedo.
-¿Porqué?
-Tendrías que verlo, con esos ojos fijos… cuando va al baño lo vigilamos para que no viole a alguien.
-Epa, ¿tan así?
-Cuando era más chico, los otros nenes le pegaban. Lloraba a cada rato, era un maricón. Pero ahora creció mucho… y las nenas, especialmente, lo evitan.
-Lo que no entiendo es cómo pudo saber de esa muralla basáltica, no figura en ningún mapa, ni en las publicidades turísticas de Santa Cruz. ¿Su familia es del sur?
-No, nada que ver. Los padres son de Misiones, médicos los dos. Tendrías que verlos hasta hace poco, la mamá con el nene a upa en los actos del colegio, haciéndole mimitos y acariciándolo como si fuese un bebé. Semejante grandulón…
-Qué aparatos…
-Ahora, para el viaje de egresados, no lo quieren dejar ir solo. Van a ir ellos por su cuenta, para cuidarlo.
   Quedé pensativo por algunos segundos, buscando la conexión entre esta familia misionera y un rincón distante de la Patagonia.    
-Bueno, siempre es posible –reflexioné en voz alta- que hayan hecho una travesía de aventura por el sur y el pibe haya visto la muralla…
-¿Travesía de aventura esos? No me hagas reír. No sabés las vueltas que dieron con el viaje a Córdoba, que la asistencia médica, que la seguridad del hotel…
    En efecto, era difícil imaginar a esta gente melindrosa alquilando un auto en El Calafate y haciendo cientos de kilómetros –buena parte de ellos por camino de ripio- hasta llegar a un desierto lunar alejado de todo recorrido turístico para ver un dique basáltico… sin auxilio mecánico, sin cobertura médica, ¡y amenazados de muerte por los guanacos!

   Pasaron los días y me olvidé del asunto. Me dije “siempre hay una explicación para todo, aunque yo no la conozca”. Allá el misionero con sus enigmas. Pero al mes, aproximadamente, volvió Cris con un dibujo perturbador, obra de Emiliano. En realidad, se trataba de una composición pictórico-literaria hecha sobre una gran hoja de papel Canson, donde se veía un vertiginoso paisaje de montaña con varios niveles de color, negro, blanco y azul, sobre el cual planeaban unas nubes plomizas de tormenta. Podía ser perfectamente el Monte Zeballos, aunque no sabría decir desde cuál ángulo se lo retrataba. Sobre el cielo, sobre las montañas aserradas, sobre todo el dibujo había apretados renglones de palabras desquiciadas. Paso a copiar las leyendas:
   “Los volcanes son las puertas del infierno. El magma es el fuego eterno, donde duermen por siempre los demonios. Ellos dan forma al mundo. Los montes, los cráteres, el fondo de los mares, ellos los modelan. Cuando un volcán hace erupción, los demonios salen de su prisión milenaria y asolan al mundo. Entonces los hombres pueden ver sus Ojos Malignos en el humo que sube al cielo.”
   “Los Amos del Mundo trabajan en lo profundo, mientras las criaturas efímeras nacen y mueren en la superficie. El hombre se cree el dueño de la tierra, pero es fugaz como una mosca. A veces los Amos revientan la corteza y aniquilan todo lo que vive sobre ella, sólo para divertirse viendo morir a los gusanos de dos patas.”
   “Astaroth y Balaam, Azazel y Belzebub, Cimeries, Mormo y Damballa; Demogorgon; Abraxas; Behemoth y Leviatán; Lamia, Meridiana y Noctícula; Samamiel y Sathariel… huestes innumerables del Averno. Debajo de la tierra, debajo de la tierra ellos están, soñando. Pero si caes por los pozos abismales que hay bajo algunas catedrales, llegarás a verlos. Entonces serás su esclavo por siempre.”
   “Los Amos trazaron Fronteras. Más allá de ellas están los Centros Mágicos donde ellos proyectan sus sombras: Agarthi, Shamballah, Avalon, Quivira, Los Césares… allí los Amos se muestran a los hombres, y éstos pueden pedirles sus deseos. Pocos llegan a ver Su Rostro.”
   Terminé la lectura y me restregué los ojos. No podía creer que esto lo hubiese escrito un muchacho de doce años. Cris estuvo de acuerdo.
-Emiliano es incapaz de hablar o escribir así, al menos cuando está despierto. Pero en mi clase, él trabaja con los ojos cerrados.
-O sea que dibuja y escribe en trance.
-Ahá.
-Bueno, supongo que los sicólogos podrían decir que es una especie de autista, capaz de repetir sus lecturas con un lenguaje que él no domina habitualmente.
-Sí, pero ¿dónde leyó esto?
-La verdad… no sé.
   Tengo muchas lecturas encima, pero ninguna habla de un reino de hielos en el sur, delimitado por una falla sísmica en cuyo extremo los demonios levantaron una muralla de basalto hace millones de años. Ni dice ninguna que esos demonios se hagan presentes en la ciudad de los Césares, oculta en los Andes bajo nubes perpetuas. Si ese libro existe, y Emiliano lo leyó, sería fascinante. Pero si no existe, y él captó la información de la noosfera, entonces… la locura invadiría la realidad.

   Hacia fin de año Cris estuvo muy atareada con actos escolares y fiestas de egresados. No hablábamos mucho de ello, pues cada uno tiene su mundo. Sin embargo, un día llegó con una noticia bomba:
-Hoy expulsaron a Emiliano Mafra de la escuela.
-¡Eh!... ¿Porqué?
-Se tiró encima de un compañero y lo empezó a estrangular.
-Epa…
-Lo intentaron separar entre dos maestras, y no podían. Tiene una fuerza… Después vino el portero, y entre él y las maestras lograron que lo soltara. El otro pibe quedó inconsciente un rato largo, pensamos que lo había matado. Después por suerte se recuperó.
-Qué bárbaro…
-Yo sabía que ese pibe era un peligro…
-¿Y qué le hizo para que se pusiera así?
-No sé, ese chico lo burlaba siempre a Emiliano, algo le habrá dicho.
-Ahora seguro se le fueron las ganas de volver a molestarlo.
-La directora lo expulsó, no va a poder asistir a la entrega de diplomas. Pero como cursó todo el año igual le van a dar por aprobado séptimo grado, y va a recibir el certificado de estudios.
-No fue tan grave, entonces.
-Tenías que haberlo visto. Ese pibe es un asesino en potencia.
-No controla sus actos, sus dibujos ni sus escritos. ¡Genial!
-Claro, total vos no tenés que lidiar con él.
-No… pero quizá tenga que lidiar con esa muralla.
-¿Por…?
-Me están entrando ganas de ir para allá.

  


   


No hay comentarios:

Publicar un comentario